Las palabras pueden ser instrumentos de paz o armas de guerra, pueden ayudarnos a salir adelante o hundirnos, pueden parecernos llenas de significados o vacías de estos. Lo que, sin duda, está claro es que una misma palabra puede dar cabida a tantos conceptos e ideas como personas hagan un uso de ella.
Precisamente, he venido hasta esta entrada para hablar de una palabra que incorporé a mi vocabulario, en inglés, la última semana que estuve en Sri Lanka. Bueno, supongo que incorporé más de una, pero hubo un caso que cobró un significado más especial que los demás: «dandelion».
Descubrí este vocablo mientras estaba en Unawatuna (Galle), una playa situada al sudoeste de Sri Lanka y en la que decidí disfrutar de los días previos a coger el vuelo que me llevaría a encontrarme con mi amiga Irene en India. Pero, ¿cuál es la traducción de esta palabra? (Vale, seguro que muchos/as ya lo sabéis porque sois así de políglotas, pero aquellos/as que estéis a mi nivel, seguid leyendo).
Un dandelion es lo que en español conocemos como diente de león. Sí, esa planta que todos tendemos a cortar, cuando se cruza en nuestro camino, para soplar sus algodonadas hojitas (o vilanos, si queremos ser un poco más técnicos) y pedir un deseo. Al menos, eso es lo que suelo hacer yo. Pero además, a mí observar esa planta me da serenidad, tranquilidad y, por qué no, me pone bastante melancólica y me vienen a la cabeza canciones como la de aquí debajo. (Dale al play y dime que a ti no te pone sensible).
Canciones de Ed Sheeran (que es verdad que suelen ser un drama total) y melancolía aparte, el motivo por el que me despertó curiosidad esa palabra fue porque la aprendí en un lugar que hacía honor, totalmente, a lo que esa planta transmite y a lo que esperamos de ella: que nos ayude a cumplir nuestros deseos.
Dandelion es un hotel en la playa de Unawatuna, regentado por un matrimonio srilankés encantador, que ofrece distintos tipos de alojamiento pero que, sobre todo, cuenta con unas casitas increíbles, perfectas para trabajar, relajarse o reponerse de cualquier mal con los desayunos que preparan (la parte del desayuno es la que más disfruto en los viajes y en este caso fue: bru-tal). Pero además, justo enfrente, cada mañana, de 9:30 a 10:30 h., Asiri —el profesor— ofrece unas maravillosas clases de yoga. Y, oye, que lo tienen todo pensado: si te enganchas en alguna postura, ¡también te dan un masaje allí mismo!
Prometo que no he recibido ningún tipo de soborno o coacción para hablar de este lugar. Simplemente, llegué hasta aquí en un momento en el que estaba deseando abandonar un país del que me estaba llevando un mal sabor de boca –si no lo has hecho aún, puedes leer lo que escribí— y que creía que ya no me aportaría nada más. No encontraba la paz, tampoco estaba a gusto, no me quedaba energía para trabajar en todo lo que quería hacer. Hasta que, como si hubiese pedido un deseo tras soplar un diente de león, Dandelion se cruzó en mi camino para darme lo que me faltaba convirtiéndose, así, en otra de las bonitas concesiones del universo que se repitieron durante todo el viaje.
Con este gesto la vida consiguió que esa palabra nueva que me llevé, dandelion, ahora vaya ligada a un lindo recuerdo de mi paso por Sri Lanka.
Algo de información práctica:
Para llegar hasta la playa de Unawatuna, se puede coger un tren desde Colombo hasta Galle (por 180 rupias srilankesas, menos de un euro), que tarda sobre unas dos horas y media, y una vez allí, o bien un autobús local (por 20 rupias srilankesas, unos 12 céntimos de euro), o bien un tuk tuk (por unas 200 rupias, 1,10 euros, aunque siempre intentan cobrar más). En cuanto a las opciones en Unawatuna y alrededores, ¡son infinitas!
© Ilustración de portada: Comfreak.
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