Los lugares que me traen hoy hasta esta entrada están ligados, inevitablemente, a una de las obras literarias más conocidas que se han escrito en el mundo entero —también llevada al cine—: Drácula. Todos ellos están Rumanía y, más en concreto, en Transilvania, fuente de inspiración para esta novela, publicada en 1897 por el irlandés Bram Stoker.

Durante unos años, para mi hermana y para mí se convirtió en tradición el viajar juntas en Semana Santa y aunque en la de 2017 este destino no entraba en nuestros planes (barajábamos opciones como la Ruta Licia, en Turquía, o Croacia), acabamos dejándonos llevar por las buenas recomendaciones de una amiga, ¡y viajamos hasta allí!

En este artículo, quiero llevarte a seguir los pasos de esa ruta que tanto disfrutamos.

Bucarest, punto de partida hacia Transilvania

Nuestro viaje empezó en Sofía (Bulgaria), ciudad en la que vivíamos las dos entonces, y desde donde es muy sencillo hacerlo —si, como a nosotras, no te importa pegarte una paliza de autobús—.

En la estación central de autobuses cogimos el que, después de siete horas (el tiempo estimado es de siete y media) y por un precio de 82 leva (sobre 41 euros), ida y vuelta, nos dejaría en la capital rumana: Bucarest. Ese día solo dormiríamos allí (en el Friends Hostel) porque llegamos alrededor de las once de la noche.

Por la mañana, cogimos (o, mejor dicho, corrimos a coger) el tren que en menos de dos horas nos llevaría a Sinaia, nuestra primera parada, en la que podríamos detenernos unas horas.

 

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Los principales atractivos de esta pequeña localidad de Transilvania, situada en el valle de Prahova, son sus castillos: el de Peles y el de Pelisor. Sin duda, la fama se la lleva el de Peles, construido en el siglo XIX por el rey Carol I y el primero en contar con electricidad en el mundo. Está considerado uno de los lugares más bellos del planeta y no es para menos porque su exterior bien podría ser el escenario de cualquier cuento. El interior no puedo juzgarlo porque, en nuestro caso, nos recreamos demasiado en el Monasterio de Sinaia, que también merece una visita, y se nos fue la hora. Y, siendo sinceras, porque quisimos comer pausadamente en un restaurante tradicional (nuestra elección entre comida y monumentos suele ser clara…).

El centro, plagado de hoteles (fue una sensación generalizada en todo el viaje), se ve en nada por lo que antes de las 17 horas ya estábamos subidas en el tren que nos llevaría a Brasov.

Una ciudad medieval al estilo hollywoodiense

Brasov, nuestra segunda parada y una de las ciudades más importantes de Transilvania, nos pareció totalmente distinta a lo que habíamos visto hasta ese momento.

Imagen de Brasov, en Transilvania (Rumanía)

Con su Piata Sfatului —una plaza medieval salpicada de edificios de distintos colores— y un cartel con el nombre de la ciudad en la montaña que recuerda al existente en Hollywood, este destino bien merece pasar, al menos, un día en él.

Nosotras llegamos por la tarde y aún nos dio tiempo a recorrer sus calles viendo la Iglesia Negra (Black Church), famosa por contar con un órgano de 4000 tubos; la Iglesia de San Nicolás, con la primera escuela rumana justo al lado (no salgas del recinto y te vuelvas loco/a buscándola, como nos pasó a nosotras); la calle estrecha, que recibe este nombre porque por ella, supuestamente, solo caben dos personas —a nosotras nos pareció que cabían más— o las increíbles vistas de la ciudad desde la Ciudadela.

Tras dormir en el Rolling Stone Hostel, nos levantamos pronto para coger el autobús que, por 9 lei (unos 2 euros) nos llevaría en 45 minutos hasta Bran, donde nos habían dicho que estaba el conocido como Castillo de Drácula (la estación donde se coge el autobús es la Autogara 2, que está algo alejada del centro, pero a la que se puede llegar en el autobús 23 o en taxi, por poco dinero).

Un Drácula casi inexistente

Y entonces llegó la decepción. Porque después de pagar por entrar a este castillo —yo, que ya no soy joven ni estudiante,  pagué 35 lei—, lo que nos encontramos allí nada tiene que ver con el personaje literario hasta el final del recorrido. El castillo, sin embargo, relata la historia de la reina María de Rumanía, quien vivió allí.

El personaje que pudo inspirar a Bram Stoker, Vlad Dracul (su apellido significa «diablo», en rumano antiguo) o Vlad Tepes, conocido como «el empalador» por la forma en que mataba a sus víctimas y quien estuvo en esta región en el siglo XV, ni siquiera vivió aquí (parece que sí que estuvo encerrado en sus celdas).

Biblioteca en el interior del Castillo de Drácula, en Rumanía.

Con la decepción en el cuerpo, volvimos a Brasov, no sin antes atravesar todo un tumulto de puestos y atracciones turísticas que bien podrían dar vida a un parque de atracciones.

De nuevo en la ciudad, cogimos el siguiente tren, con dirección a Sighisoara, nuestra próxima parada.

Rituales ortodoxos en Sighisoara

A Sighisoara llegamos el Sábado Santo por la noche, por lo que tuvimos la suerte de disfrutar de una bonita tradición que se celebra, este día, en los países ortodoxos, como Rumanía.

A las doce de la noche, todos los creyentes acuden a su iglesia (en este caso, a la iglesia ortodoxa de Sighisoara) para encender una vela y, con ella en la mano, dar tres vueltas a este lugar de culto entonando un cántico religioso. Antes, todos habían acudido al cementerio para encender una vela para sus familiares porque se dice que ese día las puertas del cielo y del infierno se abren y no se cierran hasta las doce. A nosotras nos pareció muy curioso ver a tanta gente congregada alrededor del lugar.

La mañana siguiente la dedicamos a ver Sighisoara, un pueblecito con mucho encanto, aunque en él pudimos contar casi más hoteles, hostales y pensiones, prácticamente, que casas. Aun así, su Torre del Reloj, sus 172 escalones para llegar hasta la iglesia de la Colina y sus calles empedradas merecen una visita. Por no hablar de la casa en la que nació Vlad Tepes, en 1428, ahora reconvertida en restaurante y en la que se puede ver un cartel que lo recuerda, además de poder visitar su habitación por un módico precio de 5 lei (sobre 1 euro).

Casa en la que nació Vlad Tepes, en Sighisoara (Rumanía).

Ese día, sobre las 14 h, volvimos a Bucarest. Y lo hicimos porque teníamos que estar en Bulgaria el lunes, pero de haber contado con más tiempo, hubiésemos continuado la ruta hacia, por ejemplo, Timisoara, y aprovechado para hacer alguna ruta de senderismo, dado que la zona se presta.

El lunes por la mañana nuestra idea era ver la capital del país (el autobús a Sofía salía a las 16.30 h de la Autogara Filaret), pero nos tocó un día lluvioso y no pudimos disfrutarla como nos hubiese gustado. Aun así, pudimos ver la Plaza de la Universidad (Piața Universității), el Palacio del Parlamento, que está entre los edificios más grande del mundo, junto al Taj Mahal y al Pentágono; paseamos chapoteando por Lipscani (el casco histórico) y vimos la estatua que allí tiene dedicada Vlad Tepes, justo delante del palacio que él mismo mandó construir.

Y aunque este debía ser el broche a nuestro viaje, a mí no me supo a tal. Tengo la certeza de que volveré a este país para saborearlo todo con más calma y disfrutar de la multitud de paisajes escarpados y calles empedradas que nos quedaron por recorrer. Y puede que, entonces, sea capaz realmente de ponerme en la piel del conde Drácula.

Artículo publicado originalmente en abril de 2017, en el blog de Global Exchange.