Cuando tomas la decisión de hacer un viaje solo con 48 horas de antelación a que salga tu autobús y con mucha gente diciéndote: «¿estás segura de que es un buen momento para ir?», cabe la posibilidad de que en algún momento pienses: ¿soy una insensata? ¿Debería elegir otro destino? Y eso es justo lo que nos pasó a mi amiga L y a mí, hace cuatro años, cuando decidimos ir a Estambul (Turquía), desde Sofia (Bulgaria).
¿Qué puedo decir ahora, si echo la vista atrás? Que no podríamos haber tomado una decisión mejor. Por eso, en esta entrada, quiero compartir contigo nuestra experiencia y contarte qué puedes hacer en Estambul en tres días.
Día 1: Tomando contacto con Estambul
Nuestro viaje empezó en Sofía, la capital búlgara, desde donde es muy accesible llegar a Estambul. La mejor opción para hacerlo —al menos, la más económica— es en autobús. El trayecto tiene unas ocho horas de duración y el billete cuesta 60 levs búlgaros (unos 30 euros), ida y vuelta.
Es importante que mires si necesitas visado porque en nuestro caso, que éramos dos españolas, tuvimos que comprarlo allí sobre la marcha y nos salió un poco más caro que si lo hubiésemos sacado online (unos 25 euros en la frontera y alrededor de 20 por internet).
Una vez que llegamos a Estambul (sobre las 6 de la mañana) y dejamos las cosas en el hostal en el que nos quedábamos, el Second Home Hostel (muy recomendable, por cierto, y muy bien situado en el barrio de Sultanahmet), nos fuimos a dar una vuelta por la zona.
En esta primera incursión, vimos Santa Sofía por fuera (compramos las entradas para otro día) y entramos a la Mezquita Azul. Sin duda, esta mezquita se convertiría en mi favorita en esta ciudad (entonces había un total de 3000 mezquitas y una en construcción). Desde ahí, visitamos el Palacio de Topkapi, la Cisterna Basílica (no entramos en ninguno de los dos, pero existe la posibilidad de hacerlo) y estuvimos recorriendo las calles aledañas.
Después del paseo, por supuesto, ya teníamos hambre y fuimos a cometer el peor error de esos días: comernos un kebab, malísimo, en una de las calles paralelas a Sultanahmet (son todas demasiado turísticas). Tras esto, descansamos un poco y seguimos nuestra ruta, esta vez encaminándonos hacia el puerto de Eminou. Por el camino, pasamos por la estación de tren de Sirkeci, que fue fuente de inspiración para la novela Asesinato en el Orient Express, de Agatha Christie.
De allí, nos fuimos a coger el barco que nos llevaría a recorrer el Cuerno de Oro. Desde nuestra experiencia, es mucho mejor coger los ferris públicos que te llevan a través de este que los turísticos que también lo hacen. Además de por mezclarte con los locales, porque el precio de los primeros es bajísimo (4 liras turcas por trayecto).
Una vez allí, te recomiendo coger el teleférico (4 liras turcas por trayecto) y subir a disfrutar de las vistas de Pierre Lotti. Baja andando desde allí para ver la mezquita de Eyup.
Cuando terminamos el recorrido, cogimos el ferri de vuelta, desde el que tuvimos la suerte de disfrutar de un precioso atardecer, y cuando paramos en el puerto, ya de noche, nos comimos uno de los bocadillos de sardinas que ofrecen en él y que están buenísimos (¡y solo cuestan 8 liras turcas!).
Día 2: De la parte asiática a la parte moderna
El segundo día salimos del hostal sobre las 10 de la mañana, de nuevo, rumbo al puerto para coger uno de los ferris públicos que nos llevarían a conocer la parte asiática. Nos habían recomendado ir hasta Anadolin Karagi, para dar un paseo largo por el Bósforo, pero contando con el tiempo que teníamos, decidimos invertirlo en ir a Uskudar.
Desde allí, vimos la torre de Maiden (nosotras no fuimos, pero se llega hasta ella en ferri) y la mezquita Mihrimah Sultan Camii por fuera. Después de esto, dimos una vuelta por el mercado de pescado que encontramos subiendo la calle que parte desde esta última mezquita y en el que se puede pedir que te preparen, en el acto, el pescado que has comprado.
La siguiente parada en nuestro camino sería Karaköy, que pertenece a la parte nueva de Estambul, donde nos dedicamos a andar lo que no está escrito (si me paro a pensarlo, aún me duelen los pies). Allí pudimos ver la Torre Galata (hasta llegar a ella, recorrimos una callecita con tiendas de lo más bonitas y bohemias) y anduvimos por la comercial, y turística, calle Istikal, hasta desembocar en la Plaza Taksim.
Una vez visto esto caminamos (y caminamos, y seguimos caminando…) hasta llegar al puente Galata. Tras cruzarlo, fuimos a dar al afamado, y colorido, Bazar de las Especias, desde el que acabaríamos en la Yeni Mosque.
Por la noche, después de cenar, completamos el día con algo que se nos había quedado pendiente: Ortaköy. Y bien mereció la pena contemplar el iluminado puente del Bósforo y comer una de las tradicionales patatas rellenas allí.
Día 3: El punto final
El último día nos lo tomamos con mucha más calma que los dos anteriores porque llevábamos una buena paliza encima y porque nuestro autobús de vuelta salía por la tarde.
Lo primero que hicimos fue visitar Santa Sofía por dentro pese a que, lamentablemente, estaba en obras (lo que hizo que nos doliesen bastante más las 40 liras turcas que pagamos por cada entrada).
Desde Santa Sofía, fuimos al Gran Bazar, en el que nos perdimos por todos sus puestecillos hasta ir a dar a la mezquita de Suleimaniye, que también estaba en obras. Y esta sería nuestra última parada turística antes de ir a buscar las mochilas y emprender nuestro camino de vuelta a Bulgaria. Eso sí, antes de volver, nos comimos el mejor kebab de esos tres días, en Ziya Kebab House.
Artículo publicado originalmente en septiembre de 2016, en el blog de Global Exchange.
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