Conocí a esta madre y a su hijo, al que tiene en brazos, en el tren de Nuwara Eliya a Ella (Sri Lanka). Nada más sentarse, el pequeño me miró  y empezó a llorar, pese a que intenté hacerle una carantoña. Henry, quien viajaba conmigo, bromeó con que debía pensar que era un fantasma por lo blanca que era para él. No estaba acostumbrado a ver a gente con mi color de piel. Y la madre pareció estar de acuerdo. Yo, inevitablemente, me reí, mientras me preguntaba: ¿cómo hubiese sido esta misma situación en un tren en Europa?