El año 2014 contaba sus últimos días, cuando emprendí el que sería mi primer viaje solidario, el que hice con la organización Camino al Sur, al desierto de Errachidia, en Marruecos. Aunque todo el periplo, en sí, fue increíble, con lo que vimos e hicimos por allí, también lo fue la Nochevieja que pasé entre dunas y música bereber. Y dado que ese fue el cambio de año más especial que he vivido hasta el momento, quiero compartir la maravillosa experiencia contigo, por si aún estás a la búsqueda de un plan para decir adiós al año que se va.

¿Te gustaría despedir el año en pleno desierto? Si tu respuesta es afirmativa, ¡sigue leyendo!

Información práctica para viajar al desierto de Erg Chebbi

El desierto de Erg Chebbi —la palabra «Erg» describe el tipo de desierto y «Chebbi» es el nombre de este, en concreto— está ubicado en el Sáhara, en Marruecos, en la zona limítrofe con Argelia, y tiene 22 kilómetros de largo, 5 de ancho y dunas de hasta 150 metros. En sus inmediaciones se encuentran las ciudades de Erfoud, Rissani y Merzouga, siendo esta última una de las más afamadas y en la que yo pasé la mayor parte de mis días en ese desierto.

Desierto de Erg Chebbi, en Marruecos

La mejor forma de llegar hasta Erg Chebbi, si aterrizas en el país en avión desde otro país, es desde el aeropuerto de Fez, a 326 kilómetros, o desde el de Marrakech, a 386 km, y desde ahí en un coche (aunque lo mejor es llevar un conductor porque no es nada sencillo orientarse, diría que casi imposible, por el desierto) o en autobús, con compañías como CTM o Supratours.

Yo volé desde el aeropuerto de Madrid-Barajas Adolfo Suárez (en España) hasta el de Rabat, pero porque nosotros hacíamos otras paradas antes de llegar hasta Erg Chebbi, y nos movimos todo el tiempo en un coche con un conductor, el siempre sonriente Ibrahim. Tras cuatro días de recorrido, que invertimos en el fin de nuestro viaje —pintar varios colegios de la zona— llegaríamos a Merzouga.

Despidiendo el año entre chilabas y cantos bereberes

Nuestra Nochevieja empezó en el momento en que pisamos el Hotel Kasbah Le Touareg, en Merzouga, la tarde del 31 de diciembre, tras haber visitado las gargantas del Todra. Según llegamos hasta allí, descansamos un rato y empezamos a equiparnos con las chilabas con las que la mayoría de nosotros nos habíamos hecho unas horas antes, en un zoco, para sentirnos integrados en la cultura del país.

Desierto de Erg Chebbi, en Marruecos

Cuando ya había oscurecido y estábamos todos listos para disfrutar de ese cambio de año de una forma tan especial y distinta a la que nosotros, españoles, estábamos acostumbrados, bajamos al comedor del hotel, donde no se había dejado ni un mínimo detalle al azar: la decoración, la comida y la música —tocada por un grupo, durante toda la velada, en directo— nos hicieron sentirnos parte de la cultura bereber y disfrutar con todos nuestros sentidos de una noche que fue mágica.

Algunos, con nuestras doce uvas traídas en latas desde España (donde es tradición comerse ese número, cuando llega la medianoche) y otros con doce alimentos espontáneos, celebramos la entrada en el nuevo año al estilo de nuestro país, con campanadas improvisadas, y, de nuevo, una hora más tarde, al estilo marroquí y al ritmo de unos sonoros tambores, parte de la música que amenizó toda la jornada.

Uvas en Nochevieja en el desierto de Marruecos

La hora de la retirada no llegaría muy tarde, sobre las dos y media de la noche y tras contemplar, una vez más, el espectacular manto de estrellas que cubría el cielo, porque varios de nosotros queríamos subir andando a la Gran Duna al día siguiente y queríamos hacerlo temprano y con la energía suficiente que ello requería.

Año Nuevo en la Gran Duna

A las ocho de la mañana sonaría nuestro despertador, señal que nos indicaba que nos habíamos comprometido a subir a la que es la duna más grande de Marruecos, con unos 150 metros de altura, aunque no sería tarea fácil porque según íbamos andando por la arena y ascendiendo por las dunas que se encuentran a su alrededor, también lo iba haciendo el esfuerzo que necesitábamos hacer y, con él, nuestra temperatura corporal.

Aun así, la excursión mereció la pena, y mucho, porque no solo las vistas desde la Gran Duna son maravillosas, sino que también lo es el trayecto que hay que recorrer hasta llegar a la cima. Como suele ocurrir, también en este caso, lo que te da el camino es más importante que la llegada al destino. La parte más divertida fue la bajada, cuando debimos afrontar muchos tramos sentados y dejándonos caer por una cálida arena, hasta tocar un punto algo más firme.

Sin duda, fueron un cierre y un inicio de año totalmente distintos y, para mí, inolvidables. Como también lo fue lo que ya había vivido antes en ese viaje y lo que continuó en los días siguientes. Pero eso, ¡ya te lo cuento otro día! 🙂

Artículo publicado originalmente en el blog de Global Exchange.