Me pesan los viajes que no he podido hacer este año. Me pesan como una gran losa.

Unos meses pensaba que serían los que tardaría en volver a coger la mochila; dos leggings, unas pocas camisetas, la cámara, el portátil y a seguir rascando países del mapa que cuelga de la pared de mi habitación. Pero no ha podido ser. La vida me dijo: «PARA», y vaya si me paró, me frenó en seco (y a mi coche también).

La espera ha pasado de unos pocos meses a «unos muchos». Trece, para ser más exactos —demasiados, a mi parecer—. Más de un año en el que he tenido que conformarme con escapadas fugaces, con agotar trayectos que ya tenía manidos, con exprimir destinos con prisas, como lo hacen los amantes que saben que deben aprovecharse al máximo porque se quedan sin tiempo.

En su momento, cuando volví de Asia, llegué a pensar que había estado viajando tanto porque intentaba huir de mí misma, de las situaciones que no me gusta enfrentar, de las que, como a muchos y a muchas nos pasa, me bloqueaban. Pero no, si algo he podido ver claro durante este tiempo, es que esa parte, la del movimiento, la de los choques culturales, la de conocer gente y tener motivaciones nuevas, la de verme esa sonrisa que no me encuentro en la rutina de la gran ciudad, es una pieza fundamental en mi forma de ser.

Hace tres días que no paro de recordar el viaje de finales de 2014 al desierto de Errachidia, en Marruecos, donde me hicieron la foto que ilustra esta entrada; ese que marcó un antes y un después en mi pasaporte viajero. La primera vez que salía de España sin nadie que me fuese familiar, y a un destino que tampoco lo era para mí. Un cambio de año en el que tuve sensaciones que nunca antes había experimentado; unos días en los que me sentí libre y feliz, después de mucho tiempo.

Igual es que hoy es domingo y me ha entrado la nostalgia, o que el 2018 está a punto de irse y parece que llega el momento de echar la vista atrás para decir «adiós» a los momentos que le han dado forma (tanto los buenos como los malos). Qué sé yo. Lo cierto es que en este punto, después de más de un año de catarsis, de mucho trabajo personal y profesional, estoy segura de que necesito volver a eso, a experimentar lo que durante tres años me hizo tan feliz y que puede que nunca deje de hacerlo: LOS VIAJES.