Vivimos en una sociedad en la que parece que está prohibido demostrar los sentimientos y lo socialmente aceptado es reprimirlos. No puedo enumerar las veces que he oído, a lo largo de mi vida, un: «que no te vean llorar». Si alguien te ha roto el corazón, que no te vea llorar. Si alguien te ha tratado mal, que no te vea llorar. Si una situación te supera, que no te vean llorar. Porque parece que es un signo de debilidad, y hoy en día no se nos permite ser débiles.
La cosa cambia cuando hablamos de nuestra personalidad online. Ahí parece que a todos (los, aproximadamente, 2 300 millones de usuarios activos en redes sociales, en todo el mundo) se nos permite opinar, criticar y hacer llorar, si se da el caso, al que tenemos enfrente. O, en este caso, al otro lado de la pantalla. No es lo mismo cuando los débiles no somos nosotros, ¿verdad?
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, quiero reconocer algo: a mí me han visto llorar. Me han visto llorar cuando he leído en Internet que habían cerrado el campo de refugiados de Harmanli, en Bulgaria (con ellos dentro), por miedo a que una epidemia que, supuestamente, se extendía entre los refugiados, llegase al resto de la población (a los que están al otro lado). Me han visto llorar cuando, de forma paralela, he leído en Facebook comentarios contra los refugiados y solicitantes de asilo como: «que vuelvan a su país» o que todos son violentos. Pero me han visto llorar, sobre todo, al tratar de ponerme en el lugar de todas esas personas que, en su mayoría, tienen móviles y acceso a las redes sociales. ¿Qué pensarán cuando vean lo que se dice sobre ellos en la comunidad virtual, mientras sufren tantas injusticias? Seguramente, que el odio no es una opinión.
La cuestión es que esas lágrimas (de rabia) se esconden tras la pantalla de mi ordenador. Y como las mías, las de muchos. Pero no me importa que me vean llorar. Si sé que mientras una persona está arriesgando su vida para llegar a un país distinto al suyo*, hay otra que está utilizando el término libertad de expresión para esconder un discurso discriminatorio contra esta o contra el colectivo que ella representa, seguiré llorando detrás de la pantalla. Y espero que tú seas capaz de verlo.
* La Declaración Universal de los Derechos Humanos recoge, en su artículo 13, que todo el mundo tiene derecho a dejar cualquier país, incluido el suyo.
Imagen: Hernán Piñera.
English version: No Hate Speech Movement blog.
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