Durante el primer verano que pasé en Bulgaria, en 2016, pude disfrutar de unos días de vacaciones en agosto recorriendo la costa de este país, bañada por el mar Negro, con mi amiga, y compi de proyecto entonces, L.

En aquel momento, me chocó que esa costa no apareciese nunca en las listas de «playas a las que ir en Europa» que se suelen leer. Y lo hizo porque allí las hay para todos los gustos, con paisajes de ensueño y, encima, muchíiisimo más baratas que algunas de las típicas europeas.

Sí, por supuesto que hay playas por el continente europeo increíbles (y en España sabemos mucho de eso), pero en esta entrada quiero contarte por qué nos mereció tanto la pena hacer un viaje de cinco días, en coche, por la costa búlgara del mar Negro.

De la Bulgaria urbanita a la playera

Salimos en coche de la capital búlgara, Sofía, el mediodía del primer día, directas a Ahtopol, sin ser muy conscientes de que lo que habíamos calculado que haríamos en unas 5 o 6 horas, se convertiría en un trayecto de unas 8 (sí, nos perdimos, y como «castigo» tuvimos cachondeo de nuestros conocidos búlgaros durante varias semanas…).

Imagen de Ahtopol, en el mar Negro (Bulgaria).

Antes de llegar a Ahtopol, pasamos por Burgas, la segunda ciudad más grande de la costa búlgara, después de Varna, y la cuarta de todo el país. En esta ocasión, no paramos, pero yo había estado por allí unos días antes y, sinceramente, no me aportó mucho: una ciudad grande, con un paseo enorme y mucho turismo. Lo único que me llevé de ella fue ver un maravilloso amanecer, con prácticamente nadie alrededor.

Después de nuestro periplo, llegamos a Ahtopol, bien entrada la noche y después de conducir por una zigzagueante carretera durante un buen rato. Allí habíamos reservado alojamiento en el hotel ATM Ahtopol. De hecho, esta fue la única reserva que hicimos porque sabíamos que encontraríamos sitio con facilidad y si no, siempre tendríamos la opción de acampar (en Bulgaria es bastante fácil hacerlo, siempre y cuando no sea en el terreno de alguien).

En Ahtopol, nos encontramos con un pequeño pueblecito pesquero, con bonitas barcas azules que lo decoraban. Y aunque suele ser calificado de hippie, en verano esta zona es tan turística como cualquier destino de sol y playa que se precie.

Rozando la frontera turca

Gran parte del día siguiente lo pasamos en el que es, hasta ahora, mi destino favorito de la costa búlgara: Sinemorets. El encanto de este lugar reside, además de en que está justo en la frontera con Turquía, en que puedes ver el mar y el río en un mismo fotograma. Una imagen increíble y que deja, sin duda, boquiabiertos.

Imagen de Sinemorets, en la costa del mar Negro (Bulgaria).

Tras disfrutar del tradicional plato de pescaditos fritos, intentamos ir, sin éxito, al Parque Natural de Strandzha, que resultó ser un sitio imposible de visitar por tratarse de naturaleza en estado puro (nos dijeron que solo es apto para hacer senderismo, nivel experto).

De ahí nos iríamos a Tsarevo, destino vacacional de la familia real búlgara en el pasado y que ahora tiene un centro moderno y atractivo. Esa noche también la pasaríamos en el mismo hotel de Ahtopol, pero esta vez sin haber reservado previamente (más económico, sin duda).

La Reserva Natural de Ropotamo fue nuestra segunda visita fallida a un paraje natural. ¿Por qué? Pues porque pasa lo mismo que con el Parque Natural de Strandzha, que no es apto para visitantes-turistas. Lo único que nos encontramos allí para ver fue un río por el que se puede pasear en un barco durante media hora, que cuesta 10 levs búlgaros, y desde el que se ve lo mismo que desde la zona habilitada para tomar algo. Nosotras no nos subimos, claro.

Después de nuestro segundo intento de exploradoras frustrado, nos dirigimos a Sozopol, que sabíamos que no nos iba a decepcionar. Y así fue. Porque pese a estar a tope de turismo en agosto, tiene un casco antiguo precioso y con unas casas de madera y un suelo adoquinado que le dan todo el encanto que tiene. Eso sí, para aparcar en el centro, hay que pagar.

Imagen de las calles de Sozopol, en la costa del mar Negro (Bulgaria).

Como teníamos claro que lo nuestro era dormir en pueblos menos turísticos que los habituales, decidimos ir a pasar la noche a Chernomorets, otra pequeña localidad de la costa. Y tras dar muchas vueltas negociando precios, habitaciones, etc. conseguimos quedarnos en el que sería el mejor alojamiento de ese viaje: el Paradise Chernomorets. Porque desde su piscina pudimos disfrutar de una perfecta noche de luna llena.

Nessebar y sus iglesias medievales

La mañana siguiente la pasamos tiradas en la playa de Gradina, conocida por contar con una zona de surferos a la que, muy a nuestro pesar, no conseguimos llegar.

Después de comer, nos fuimos a Nessebar, que sería la guinda de nuestro pastel playero. Si Sozopol tiene encanto por sus calles adoquinadas, Nessebar, para mi gusto, lo supera. Allí nos encontramos con multitud de iglesias medievales que la decoraban y con un centro salpicado de pequeñas tiendas que parecen de antaño.

Imagen de las calles de Nessebar, en el mar Negro (Bulgaria).

Tras visitar esta localidad, fuimos a buscar alojamiento a Pomorie (nos pareció una ciudad dormitorio, de costa), donde conseguiríamos estar como en casa, pero con vistas al mar, en el Homestay Kostandinov.

El último día, ya en nuestro camino de vuelta y a unas dos horas de la costa, paramos en Zheravna, donde justamente se celebraba un festival de trajes tradicionales. El encanto de este pueblo de interior reside en que sigue conservando las costumbres que forman parte de la esencia de Bulgaria.

Imagen de Zheravna, en Bulgaria.

Lo único que, diría, nos faltó en este recorrido fue algo más de tiempo porque de haberlo tenido, hubiésemos recorrido más que la zona sur de la costa del mar Negro de Bulgaria.

Artículo publicado originalmente en septiembre de 2016, en el blog de Global Exchange.