Hoy me apetece escribir algo bonito. He estado un buen rato dándole vueltas a una entrada sobre un tema que me ha puesto un poco triste, y que publicaré en los próximos días: los campos de refugiados que existen en Bulgaria, pero me pasan demasiadas cosas bonitas (a la par que intensas), últimamente, como para estar «chof» hoy. Así que he decidido contar la historia de un libro que llegó a mi vida por casualidad (y por The book depository) hace unos meses: The Geography of Blisstraducido al español como: La geografía de la felicidad (edición que, por cierto, no conseguí encontrar).

Como su título hace intuir, esta obra intenta describir los lugares más y menos felices del mundo, teniendo en cuenta distintos indicadores y aspectos culturales y sociales además de, para ser sinceros, la propia percepción de Eric Weiner, el autor, de las cosas. Entre otros rincones del mundo, habla de Moldavia, Tailandia, India, Suiza o Bután.

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El libro en sí, bah, sin más. Me gustaron de él las descripciones que da el escritor de algunos países como Bután o India porque, leyéndolas, pude viajar hasta ellos desde el autobús, desde la ventana de mi casa o desde el restaurante de enfrente de la oficina sin, ni siquiera, moverme de ninguno de estos sitios. Pero la perspectiva me pareció no solo poco objetiva (entendible porque está narrado desde algunas vivencias personales), sino que está escrito desde la grandiosidad que él siente por ser americano. Una actitud que he visto muchas veces y me resulta muy cansina en cualquiera que demuestre este tipo de nacionalismos.

Y si el libro no me ha parecido nada especial, ¿por qué le dedico una entrada? Porque sí me lo parece la persona que lo tiene ahora en sus manos. Y esa persona es alguien que, pese a estar en un sitio en el que parece imposible poder ser feliz –un centro de detención para inmigrantes-, cada semana hace que me vaya de allí sintiéndome una de las personas más afortunadas del mundo por tener la oportunidad de compartir mi tiempo con él y con todos los que están encerrados entre esas cuatro paredes, además de poder conocer sus historias de cerca.

Obviamente, soy de las que creen en la magia de regalar un libro que ya has leído a alguien a quien identificas con él. En este caso, y como le dije a él, el motivo es evidente: cada uno acabará encontrando SU lugar en el mundo, el que merece y desea, y solo por eso será el más feliz. Y, sin duda, espero que llegue el día en que podamos compartir tiempo en él.