Pasamos por la vida y la mayoría de sus momentos de puntillas, casi sin hacer ruido, con premura, sin darnos cuenta de que por el camino, olvidamos prestar atención a aquello que vamos dejando atrás.

Confío en la fuerza de una imagen, como lo hago en la de una palabra dicha a tiempo. Tal vez por eso me guste la fotografía, aunque no pueda dedicarle tanto tiempo como quisiera. El poder de congelar un instante, una mirada, un sentimiento contenido, o expresado, por efímeros que todos ellos puedan ser, nos ayuda a rememorarlos más adelante, con el prisma que da la experiencia futura. Y tal vez eso haga también de El secreto de sus ojos, la película dirigida por Juan José Campanella y protagonizada por Ricardo Darín, una de mis favoritas.

¿Quién no ha sentido nostalgia viendo la foto de un viejo amigo o de ese amor que se nos escapó entre los dedos, sin que apenas nos diésemos cuenta? ¿Quién no ha recordado a esa persona que se fue y a la que hubiésemos querido decirle tantas cosas, a través de una instantánea? O, por qué no, ¿quién no se ha avergonzado al verse retratado unos años atrás, renunciando a cualquier indicio que apuntase a que ese o esa que nos mira desde el papel es nuestro «yo» del pasado?

Por eso, cuando hace dos años Cris, de krisporelmundo.com, me invitó a sumarme a una iniciativa que estaba llevando a la práctica y que alguien había bautizado como Tengo una foto para ti, no pude negarme a tomar parte en ella. Entonces lo hice durante mi viaje a Nepal (puedes leer en qué consistió en la entrada que escribí al respecto) y esta vez, en mi viaje de dos meses por Asia, he tenido la suerte de poder hacerlo, de nuevo, en Ella, una pequeña localidad de unos 45 000 habitantes, localizada en las Tierras Altas de Sri Lanka.

La idea de esta iniciativa es entregar una, o varias, de las fotos que Cris hizo cuando estuvo en esos lugares, en papel, a quienes están retratados/as en las mismas. En este caso, de las instantáneas que me dio solo pude encontrar a una de las personas que estaban en ellas. El resto, me dijeron, solo pasan por allí una vez por semana por ser vendedores del mercado local.

De nuevo, la experiencia fue especial porque pude conocer a Karuna, la mujer de la imagen que abre esta entrada (y que cuenta en su haber con, nada más y nada menos, alrededor de 85 años), entregarle su foto, recibir una grata sonrisa a cambio —pese a que me dijeron que había perdido bastante visión y no podría apreciar bien su retrato— y compartir algo de tiempo —y un té— con ella y con algunos miembros de su familia (por supuesto, gracias a la traducción que Henry, mi acompañante, estuvo haciendo todo el tiempo).

Sin duda alguna, para mí, momentos así son los que hacen especial un viaje y con los que siempre quiero quedarme. Por suerte, mientras haya personas capaces de captarlos y compartirlos, como hace Cris, todo lo contenido en esas fotografías será eterno.