Recuerdo cómo ver amanecer, hace dos años, en mitad del desierto, me dejó maravillada. También recuerdo cómo lo hizo que alguien en Nepal me dijese que tenía un regalo para mí y me señalase la brillante capa de estrellas que decoraba las montañas de este lugar, en la inmensidad de la noche. Y también cuando una persona muy importante para mí consiguió maravillarme apareciendo por sorpresa un 5 de enero en Bruselas, para que no estuviese sola en Reyes.
Pero no solo me maravillan los momentos excepcionales como estos (muchos de ellos parte de mis viajes, todo sea dicho). También lo hace ver a dos personas que se abrazan, como si nada ni nadie en el mundo pudiese separarlas. O a alguien que cede el asiento a otra en el autobús. O a una madre mirando con ternura a su hija. O a alguien adorando, con ese brillo especial en los ojos, a su pareja. O salir a pasear por la calle de siempre, un domingo soleado…
Y no creo que yo tenga una capacidad especial para dejarme maravillar por las cosas. Simplemente, creo que el mundo está lleno de momentos que, pese a que parezcan simples o rutinarios, pueden dejarnos sin aliento. Y para mí, esa es la esencia de la vida.
Es posible que, por eso, no sea capaz de entender cuando alguien joven (digamos, de unos 20 años) me dice que se aburre. Que se aburre en su ciudad. Que se aburre saliendo a pasear por la calle en una ciudad nueva. Que se aburre en una oficina (vale, esto lo puedo entender y hasta compartir). En definitiva, que se aburre en la vida. Y no soy capaz de entenderlo porque creo que la vida no es aburrida y si a alguien se lo parece, debería pensarse hacer una parada de emergencia y replanteársela. La vida está plagada de momentos maravillosos, ¡y muchos de ellos se repiten cada día!
Así que sí, siento mucha pena por lo que parece que está creando la sociedad: jóvenes que se aburren porque tienen todo lo que pueden tener, que no son capaces de ver más allá de un móvil (ni dejan de mirarlo hasta que salen bien en una foto para poder compartirla) y que no ven los afortunados que son por tener tal abanico de posibilidades frente a ellos, sin que nada les llene.
Afortunadamente, estos no son la mayoría (o eso quiero pensar). Todavía están los que son felices con un papel, unos cuantos colores y una idea simple, los que disfrutan del tiempo con sus amigos y los que no quieren dejar de maravillarse por lo que la vida tiene que ofrecerles. Y esos, por suerte, también son parte de nuestro futuro.
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