Unos meses atrás escribí un relato en mi libreta que se quedó sin publicar, tal vez porque se me pasó el momento de «euforia» y ya no sentía esa necesidad -esto me ocurre muchas veces-, o tal vez porque perdí la energía para pelear a través de estas líneas por cosas que me han consumido las fuerzas, en repetidas ocasiones, en los últimos tiempos. Pero después de que ayer nos durmiésemos con la brutal noticia del atentado terrorista ocurrido en Barcelona, y tras los discursos con los que, una vez más, me he levantado esta mañana («Si no dejásemos entrar a los refugiados, nada de esto ocurriría…», por ejemplo), lamentablemente, lo que escribí en abril vuelve a estar de actualidad. Esta vez sí que siento la necesidad de compartirlo y así lo voy a hacer.

«Hace unos días me levanté con la noticia de que un grupo de jóvenes había dado una brutal paliza, en Londres, a un joven de 17 años, kurdo de Irán y solicitante de asilo, hasta dejarlo inconsciente. Y se me pusieron los pelos de punta porque pensé que eso mismo podría pasarle a cualquiera de los chicos a los que les doy clases de inglés, cada semana, en Busmantsi. Y solo tres días más tarde, veo que se ha producido una masacre por un bombardeo con «supuestas» armas químicas en Siria, sin importar que hubiesen niños, mujeres o cualquiera. Y una cosa tras otra, he acabado pensando que estamos llegando a unos límites de odio que nos hacen perder el calificativo de «humanos» que tenemos. Bueno, en realidad, ya lo creía antes. 

Lo peor de todo es que me paro cinco minutos a pensar en ello y no me sorprende. No me sorprende para nada porque veo actitudes, en mi día a día, que me asustan. Es tan fácil encontrarse a alguien que te dé una mala contestación porque sí o que te trate mal cuando, en realidad, lo más sencillo es intentar llevarnos bien los unos con los otros (no, no tomo ningunas pastillas de la felicidad). Resulta, incluso, dramático lo complicado que es, muchas veces, comunicarnos entre nosotros. Supongo que esto se debe a que es mucho más fácil culpar a otros de nuestros errores (o de la falta de ellos). Por supuesto, si la responsabilidad es del de enfrente, la carga siempre será más llevadera que si es solo mía, ¿no? Y esa misma actitud es la que tenemos cuando culpamos a los refugiados de (casi) todos los males que atenazan a nuestra sociedad. 

Lo curioso es que en cuanto voy a Busmantsi y paso cinco minutos con los chicos, esta sensación se me pasa. Como hoy, que he estado trabajando con los que tienen un nivel más alto de inglés en cómo optar a una oferta de trabajo (cómo escribir un buen currículum y una buena carta de presentación) y, una vez más, me han sorprendido gratamente. No solo lo han hecho por la experiencia previa que ya tienen en sus países de origen, sino también por sus habilidades, su empatía, su actitud, las ganas que demuestran de ser parte de una sociedad que no quiere que sean parte de ella. Y en lugar de estar siendo productivos, con papeles, en un buen trabajo, están encerrados (las 24 horas del día) por haber intentado llegar a Europa por la única vía que han encontrado: la ilegal, jugándose la vida para cruzar unas puertas que, cada vez, se les cierran más. Pero, oye, que ellos solo quieren aprovecharse del sistema, ¿eh? El problema es que aún no se les ha dado la posibilidad para hacerlo.

Y yo, que tenía el rol de entrevistadora, no paraba de pensar en algunos argumentos que escucho, de forma recurrente, fuera de esas cuatro paredes: los inmigrantes/refugiados no quieren trabajar, todos los inmigrantes/refugiados son terroristas… ¿En serio? Pues quien lo crea, que se pase por allí y hable con ellos, a ver si realmente sigue pensando que no quieren trabajar y formar parte de esa sociedad cuya mecánica les impide hacerlo. Sinceramente, hacía mucho tiempo que no veía a nadie tan motivado. 

Así que la próxima vez que alguien me venga con ese argumento, le diré: ¿y si en lugar de preocuparnos por crear más guerras de las que ya existen, nos ocupamos de aquellos guerreros que no quieren ser parte de ellas?».

Antes de juzgar a alguien por su origen, raza o religión, piensa que, como muy bien oí decir ayer a Ramón Lobo, quienes comenten los delitos son las personas. No les pongamos etiquetas y simplifiquemos todo situándolas en un colectivo que puede que no les represente.