Me costó aprender a escribir bien tu nombre, con todas sus letras en la posición correcta, y aún hoy sigo dudando cuando voy a hacerlo. Sin embargo, de lo que no tengo dudas, Uarzazat, es de que me costará olvidarte.
Uarzazat (Ouarzazate, sin transcribirlo al español) entró a formar parte de mis destinos viajeros del pasado mes de febrero por culpa de Ryanair. Un vuelo de 10 euros, ida y vuelta, me llevó a señalarlo en el mapa de Marruecos.
Cuando investigué sobre este lugar, lo primero que encontré fue: «escenario de Juego de Tronos». Esta es la búsqueda más recurrente, supongo, y una de las que ha convertido a Uarzazat en parada en mitad de un viaje. Para la mayoría, un viaje con origen y destino en Marrakech, donde los vuelos son más frecuentes y que parece contar con un público más fiel.
Pero Uarzazat es mucho más que un nuevo objetivo comercial para Ryanair, que debe haber visto claro el potencial de que aquí esté una de las mayores plantas termosolares del mundo. Esta ciudad del sur de Marruecos es, también, la puerta de entrada al desierto del Sáhara.
En mi caso, las únicas expectativas con que contaba cuando compré el vuelo eran desconectar y descubrir un nuevo rincón de este país que nunca deja de sorprenderme y fascinarme. Por suerte, Ali, mi compañera de aventura y enamorada de los planes viajeros mochileros como yo, se animó a acompañarme.
Silencio y calidez en Uarzazat
La ciudad nos recibió un martes, con una agradable temperatura primaveral. Y nosotras la abrazamos con la mochila llena de ganas de conocerla. Desde que aterrizamos en su aeropuerto, a las afueras, tuvimos la sensación de que aún no había sido totalmente corrompida por el turismo.
Me habían dicho de ella que la llaman «la ciudad del silencio» y tal vez eso fue lo primero que nos transmitió: silencio. También una templanza inesperada. Y calidez, mucha calidez, seguramente por los colores rosados de sus edificios y por la cordialidad de sus habitantes.
Nuestra primera toma de contacto fue la Kasbah Taourirt, a la que llegamos después de unos treinta minutos andando bajo un sol que más que molestarnos, nos llenó de energía. No sería hasta el día siguiente cuando visitaríamos tanto la Kasbah como las bonitas tiendas que salpican sus alrededores. Bonitas, sí, pero también con unos precios que denotan que esa es la zona más visitada de la ciudad.
Esa primera media jornada la destinamos a cosas tan prácticas como conseguir cambiar moneda (nada sencillo, por cierto, cerca de la Kasbah) y llegar a nuestro alojamiento, el Bivouac Lot of Stars, un tranquilo lugar con jaimas, apartado y en mitad de un palmeral, en el que encontramos justo lo que estábamos buscando: tranquilidad. Su ubicación y la amabilidad de su dueño, Hussein, hicieron el resto.
Del desierto a la gran pantalla
Pese a que nuestra idea inicial era pasar una noche, de las cuatro que íbamos a estar, en el desierto de Merzouga (pensábamos que yendo de martes a sábado tendríamos tiempo suficiente), cuando vimos que este estaba a casi 300 kilómetros de distancia y que el único autobús que salía lo hacía a las 13 h y tardaba unas ocho horas, decidimos cambiar el plan. Mi viaje hasta allí años atrás me había enseñado que el desierto merece que se le dedique el tiempo suficiente para disfrutar del atardecer y del amanecer. Con la prisa como compañera, no iba a ser posible.
Al final, cambiamos Merzouga por Aït Ben Haddou, a unos 30 kilómetros de Uarzazat y escenario de series como Juego de Tronos y de películas como Gladiator o Lawrence de Arabia, entre muchas otras.
Aunque el lugar es recorrido por grupos enormes de turistas, bien merece una visita y a poder ser, como hicimos nosotras, al menos una noche para saborearlo. Yo lo hice con calma, desde la terraza de la azotea del Hotel Valentine, donde pude disfrutar de un atardecer y de un amanecer silenciosos, con el canto de los pájaros como únicos compañeros.
A nuestro regreso a Uarzazat para pasar nuestra última jornada, hicimos una parada en los Atlas Studios, donde se han rodado filmes como El último emperador, El regreso de la momia o Hércules.
Lo cierto es que disfrutamos de la visita y el lugar es accesible, tanto en autobús como en taxi —está a solo 5 kilómetros de Uarzazat—. En cuanto al precio de la entrada, fue más alto de lo que habíamos leído (80 dírhams marroquíes, unos 8 euros), y al guía que ofrece una visita guiada de unos 45 minutos se le debe pagar la voluntad aparte.
El resto del viaje lo dedicamos a hablar con locales, a escribir postales, a descubrir su mercado más auténtico, el de la Place Al-Mouahidine y, cómo no, a disfrutar de la siempre deliciosa gastronomía marroquí.
Si bien como he comentado al principio son muchos los que creen que a esta zona de Marruecos no hace falta dedicarle poco más de unas horas, a mi parecer, Uarzazat merece ser disfrutado a sorbos pequeños.
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