Tengo una nueva amiga y quiero aprovechar el Día Internacional de la Niña para hablarte de ella. Mi nueva amiga se llama Amira*, tiene 5 años y es de Siria. Amira lleva dos meses en un centro de detención de extranjeros, en Bulgaria, al que empecé a ir hace un par de semanas.

¿Qué hace una niña como ella en un sitio como ese? Esperar. Esperar que le den permiso para salir al patio. Esperar que vaya alguien de fuera para jugar con ella. Pero, sobre todo, esperar a que la acepten en algún país, tras haber tenido que huir del suyo. Porque Amira, ahora, es una refugiada, igual que su madre, Rasha. E igual que lo es su padre, que está en Irán. Y también igual que lo son todos los que están en este centro.

Pero, ¿cómo, llevando tan poco tiempo, puedo decir que es mi amiga? Porque cada vez que la veo, el corazón me da un vuelco; cada vez que me da un abrazo, deseo que el tiempo se detenga justo en ese instante. Y el hecho de pensar que tal vez cuando vuelva al centro ya no estará, me remueve mucho por dentro: alegría por albergar la esperanza de que encuentre una vida mejor, la vida que se merece, pero también tristeza por todo lo que está pasando.

Y sí, es genial que hoy en el Día Internacional de la Niña podamos alzar la voz para gritar que todas las niñas merecen ver sus sueños cumplidos y tener la posibilidad de luchar por ellos pero, ¿cómo pueden aspirar todas las Amira que existen ahora en el mundo a algo así, estando donde están?

*Todos los nombres que forman parte de esta historia han sido modificados para no perjudicar a sus protagonistas.