«Cambio», una palabra tan común, con no demasiadas letras, solo dos sílabas y, a la vez, que contiene tanto. La novedad, el movimiento, el paso que se da, el que no queremos dar, pero nos obligan a dar… ¿Quién no ha vivido un cambio, pequeño o grande, voluntario o involuntario, en uno o varios momentos de su vida?

De eso he hablado esta mañana en el evento organizado por For Women, en las Lanzaderas de Empleo de Leganés (Madrid), de «Cómo vivir y adaptarse en el cambio». Porque de otra cosa igual no sé tanto, pero de cambios… ¡he aprendido mucho (y sigo haciéndolo) en los últimos tiempos!

En mi caso, empecé a tomar conciencia del significado de este término con 18 años, cuando decidí dejar Alcoy para irme sola a Madrid a estudiar Periodismo. Un tren que no solo nunca me he arrepentido de coger, sino que, diez años después, me ayudaría a saltar al avión —sin pensármelo demasiado—. Y ahí ya no hubo forma de parar.

Lo cierto es que estoy convencida de que todos los viajes que he hecho desde entonces, las idas y venidas, los saltos con o sin red… en definitiva, los cambios, me han llevado a estar donde estoy y a descubrir, poco a poco, la persona que soy.

Muchos de ellos los he provocado yo (en ocasiones, siguiendo un impulso) y en otros he ido viendo muy claras las pistas para que tomase el camino. Y yo, muy obediente, les he hecho caso.

Pero si algo he ido aprendiendo de todo esto es que el cambio es parte de la vida, nos guste lo que trae tras de sí o no. Es de este modo como aprendemos, como avanzamos, como crecemos como personas y también como profesionales, cada uno en lo suyo. En mi caso ha sido así.

 

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Sin ir más lejos, desde que decidí dejar el «confort» de una oficina para trabajar en proyectos que me moviesen por dentro, que me permitiesen viajar por el mundo, que me hiciesen ser yo misma, he sentido que era ahí donde tenía que estar.

A las voces discordantes intento no prestarles demasiada atención.

Los dramas llegan cuando nos resistimos al cambio, cuando no somos capaces de cambiar el enfoque, la perspectiva, de adaptarnos, porque esa falta de adaptación no nos permitirá ver más allá, nos hará sufrir.

Imagen: Lanzadera de Empleo de Parla

No hace falta tirarse a la piscina sin saber si habrá agua dentro, como suelo hacer yo (también siento que la vida me empuja un poco a ello), ni irse a viajar por el mundo, ni dejarlo todo. Pero sí que es necesario aprender a soltar lo que no es para nosotros para poder avanzar, pasito a pasito.

Nadie dijo que fuera fácil. Nadie dice que la vida lo sea. Lo que resulta imposible es que esperemos de ella que sea estática y lineal (qué aburrimiento, ¿no?), que se mantenga quietecita, como las piedras de la imagen de portada. ¡Ni siquiera ellas estarán eternamente en equilibrio!

Visto así, la cuestión no creo que sea «Cómo vivir en el cambio», sino «Cómo no vivir en él.»

Y tú, ¿has aprendido a hacerlo?