Fue en Langkawi, Malasia. Ahí entendí por qué no había encontrado mi libro electrónico, cuando hice la maleta para marcharme dos meses a viajar por Asia y así lo conté en el relato fotográfico de esa semana: ¡me esperaba algo mejor! Y mi teoría no hizo más que confirmarse hace unos días, tras volver de mi periplo, porque en cuanto abrí la primera de mis cajas, ahí estaba, tan tranquilo, ese aparatejo que hubiese hecho que me perdiese todas las experiencias que el papel me dio. Hay quien dice que para encontrar, hay que buscar. Yo creo que a veces basta con pararse y, simplemente, dejarse encontrar.